En los últimos días una gran noticia científica se vio presurosamente rebasada por otras como el pedido de los palestinos para que la ONU los incorpore como Estado soberano, la caída de un satélite de la NASA a la Tierra y nuevos sacudones en la crisis europea.
Me refiero a un experimento del , el mayor laboratorio de física del mundo, donde dijeron que por primera vez lograron observar partículas subatómicas que se desplazan a una velocidad mayor que la de la luz, hasta ahora considerada una barrera infranqueable.
Puede parecer un tema infinitesimal, inextricable, lejano, sólo para entendidos.
Pero esta primera sensación nos recuerda que nuestra misión como periodistas es intentar explicar en qué consiste ese hallazgo y cuál es su implicación para nuestras vidas.
En otras palabras, tenemos que darnos cuenta cuán importante es una noticia así en medio de un caudal informativo que no se detiene. ¿Es más relevante que una fuerte caída de los mercados? ¿Más que una decisión, por caso, de Barack Obama?
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"¡Cuidado con ese tuit! Puede comprometer tu trabajo". Y claro, lo mismo puede decirse para Facebook y demás redes sociales.
Así se puede resumir la guía sobre el uso de redes sociales para los periodistas de la ѿý, un documento basado en el sentido común, pero que nos hace pensar en nuestro compromiso con el quehacer periodístico, el cual no tiene fin.
Aclara el documento, que viene a complementar nuestra guía de valores editoriales, que existen diferencias entre una cuenta personal y una cuenta, digamos, corporativa, como la página de o la cuenta en Twitter.
Los deberes y responsabilidades entre ambas varían. Una es la voz de ѿý Mundo, la otra es totalmente personal, pero eso no quita que estemos expuestos a cometer errores, seducidos quizás por la informalidad de las redes sociales.
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En los últimos quince días el tema de la salud del expresidente de Cuba Fidel Castro estuvo de nuevo rondando los medios de comunicación, en lo que ya parece ser una dinámica que cumple sus ciclos cada cierto tiempo.
Se dijo de todo, que estaba en estado comatoso e incluso que había muerto.
La falta de información abierta proveniente de Cuba es quizás el combustible que aviva la llama de hechos no confirmados, rumores y especulaciones.
Ya sea por una política definida de información o incluso, la falta de ella, algunos gobiernos crean el escenario ideal para que, paradójicamente, la desinformación sea la protagonista en ciertos acontecimientos.
Los rumores, las especulaciones y la información sin confirmar o fragmentada son ingredientes que pueden causar cualquier cantidad de efectos: incertidumbre, temor e incluso inestabilidad política y económica.
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¿Recuerda dónde estaba ésta semana hace exactamente diez años? ¿En qué pantalla de televisión vio por primera vez esa imagen de un avión estrellándose contra un edificio en el centro de Manhattan? ¿A qué presentador de noticias siguió mientras éste anunciaba, en vivo y en directo, el colapso de las torres? ¿Y a cuál comentarista escuchó por primera vez diciendo la frase que se repetiría constantemente por la siguiente década: "el mundo ya no es el mismo después del 11-S"?
Yo apostaría, estimado lector, que usted recuerda bien la respuesta a muchas de esas preguntas.
Muchas veces los medios de comunicación inundamos a nuestra audiencia de información banal. Somos prescindibles. Pero hay días, como ese 11 de septiembre, cuando todos buscamos una fuente confiable de noticias, que nos cuente bien lo que pasó, y que nos presente una explicación racional o por lo menos ordenada, de eventos tan incomprensibles y caóticos como los que presenciamos esa jornada.
Y por eso, diez años después, nosotros en ѿý Mundo seguimos intentando contar mejor lo que ocurrió ese día, todavía buscando nuevos ángulos de esa noticia, y sobre todo, profundizando en los esfuerzos por explicar la manera en que ese evento nos afectó y nos seguirá afectando a todos.
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