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-Lo puedo arreglar –aseguró el ingeniero-. Hay que cavar un agujero junto y tapar el viejo con la tierra del nuevo; luego hacemos otro junto al nuevo y repetimos el procedimiento hasta que lo saquemos del pueblo... Pero un día el pueblo amaneció transformado. Alguien tapó los agujeros en las calles, limpió las lámparas del parque, pintó los frentes de las casas, encaló los muros ennegrecidos por la mugre, colgó banderas de papel de poste a poste, plantó árboles jóvenes a los lados de la carretera, y trazó una raya blanca que señalaba el camino de la unidad deportiva hasta el parque. El visitante desprevenido habría jurado que se trataba de otro pueblo. "¿Qué pasa?", preguntaba el fuereño al notar la pintura fresca que le daba a las cosas un aire nuevo. "Nada", le decían los que ya iban rumbo a la unidad deportiva, siguiendo la línea blanca. "Lo que pasa es que viene el Presidente". Y así era. Entonces se explicaba uno la presencia de soldados, de señores con traje recién comprado, de jóvenes de cabello cortísimo con camisas nuevas. El poder del Señor Presidente (o El Preciso, como le decíamos en la escuela) se sentía mucho antes de que la mañana se llenara con fragores de helicóptero, luces de patrullas insólitas y actividades perentorias. Y si tenía uno suerte, entre la polvareda, más allá de la multitud y los soldados, veía abrirse la puerta del helicóptero y aparecer, ligeramente irreal en la vida real, la figura del personaje cuya foto estaba en todas partes... Ese día, sin que nadie se diera cuenta, los borrachos del pueblo, los mendigos, los locos, los sin casa, se iban quién sabe a dónde y allí se quedaban hasta que el último helicóptero desaparecía tras la primera montaña y los políticos locales se iban a celebrar, todavía intoxicados por el aroma del poder. Nunca supe si los efectos secundarios de las visitas presidenciales tuvieron algo que ver con la política que consideró el gobierno de Los Ángeles a principios de los noventa, cuando algún funcionario se quedó en el centro después de las cinco de la tarde, hora en que el mundo vuelve a los lugares de donde había venido y deja el Pueblo de Nuestra Señora Reina de Los Ángeles y Porciúncula a merced de los que nada tienen en un país que lo tiene casi todo. Lo que vio el funcionario fue el mundo del otro lado del espejo de la vida estadunidense, una visión reservada para los mortales comunes y corrientes y cuidadosamente oculta de la vista de los poderosos, nacionales o extranjeros, sobre todo extranjeros. La idea que tuvo el funcionario angelino fue terriblemente similar a la del ingeniero del pueblo, y consistía en sacar a los mendigos, los locos, los adictos, los sin casa, del centro de la ciudad y echarlos a otra parte de donde los echaran a otra parte, y así sucesivamente hasta que desaparecieran de la memoria. Pero no sólo en el pueblo mexicano y en la urbe estadunidense se comete el exceso que en cualquier otro país (de Europa central, por ejemplo) habría sido motivo de escándalo y censura occidentales, y aun de amenazas de intervención militar y un operativo de bombardeo preventivo, además del establecimiento de un tribunal especial para juzgar este tipo de indignidad contra el ser humano. También pasa en la ciudad colombiana de Cartagena de Indias, donde, según el diario , desde el 23 de agosto comenzaron a desaparecer los niños de la calle en la zona turística de Bocagrande y los mendigos y los locos que caminan por el resto de la ciudad con su problema a cuestas. El operativo –que, según la misma fuente, consiste en llevar a los indeseables a “centros de recreación” en las orillas de Cartagena de Indias- se debe a la visita del presidente Bill Clinton, que pasará un día en la ciudad ultimando detalles del paquete de mil trescientos millones de ayuda militar al gobierno de Colombia para combatir al narcotráfico y la guerrilla. No han sido pocos los colombianos que han criticado la medida de su gobierno, que parece tan deseoso de agradar a Clinton y tan poco dispuesto a hacer algo por sus ciudadanos que no tienen derecho a voto ni representación. Tal vez quien mejor planteó el asunto fue el trabajador social Alonso Cruz, quien puso las cosas en su lugar cuando lo entrevistaron para el diario cartagenero: "La visita de Clinton es importante porque abre el diálogo internacional con Colombia", declaró Cruz sin titubeos. "Pero lo malo es que están escondiendo a los niños de la calle, a los mendigos y a los locos cuando la verdad es que tendrían que hacer lo contrario: tendrían que llevar a toda esta gente al aeropuerto el día que llega Clinton para que vea los problemas que tenemos y nos ayude". Lo que no previó Alonso Cruz es que entonces el gobierno de Colombia tendría que ocultar a los narcotraficantes y los guerrilleros, cosa que ya no se puede hacer. Así que la única esperanza que tenían los niños de la calle, los mendigos y los locos de que habla Alonso Cruz era que, en algún momento del día que pasó en Cartagena de Indias, Bill Clinton preguntara extrañado a sus anfitriones qué pasó con los niños de la calle, los mendigos y los locos. Pero los presidentes no preguntan esas cosas.
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